"Lo
cierto es que somos viajeros literarios", apuntó con su resuelta pluma
el novelista y escritor de viajes inglés Bruce Chatwin. Unas
irrefutables palabras para quienes, como una servidora, apuntamos los
primeros esbozos del viaje hacia un horizonte delineado y habitado por
la siempre evocadora, fascinante y tentadora literatura de viajes.
Y
es que nos encontramos ante un género al que encomendar las
ensoñaciones de nuestros pasos, realicemos o no el anhelado viaje.
Narraciones que a través de la fortaleza de la palabra han surcado los
rincones de este planeta hasta hacerse un hueco en la narrativa del
destino. Cicerones literarios, ríos de tinta que nos abren a
experiencias perceptivas que muchos han utilizado en la construcción de
sus recuerdos de viaje.
Ilustración de Bwanadevil. Fuente: Google. |
En
este sugestivo universo, la balanza del género queda sobradamente
descompensada hacia un compendio de obras que rezuman testosterona. Una
desigual tradición cuyas raíces se remontan hasta el siglo XIX, tiempos
en los que las mujeres eran consideradas "una plaga en los viajes y en
las exploraciones difícil de combatir", como declaró un periodista de
The Times. Además de ser excluídas como miembros de numerosas
instituciones científicas y geográficas. "Su
sexo y su entendimiento las hacen ineptas para la exploración y este
tipo de trotamundos femeninos es uno de los mayores horrores de este
fin de siglo XIX", expresarían algunos con franqueza brutal como el
político conservador Lord Curzon. Un patrimonio considerado sólo para
hombres al que las mujeres victorianas se enfrentaron y desafiaron con
la valentía y la tenacidad de quien abraza a la temeridad y a la
seducción de una ambulante vida.
Una
situación que, por fortuna, abrió un nuevo capítulo tiempo después
cuando Isabella Bird se convirtió en la primera mujer miembro de la Real Sociedad Geográfica de Londres en 1892, más de sesenta años después de su fundación. A otros como al Explorers Club
les costaría bastante más admitir entre sus filas a una mujer, una cita
que se retrasó hasta 1981. Una ansiada ruptura categórica pespunteada
por el comienzo de una larga lista de intrépidas y aventureras que aún a
día de hoy deben sortear las pretéritas limitaciones asociadas al
género. Con unas costuras aún por remendar, cada vez son más las
sociedades y asociaciones vinculadas al viaje que, ante una admisión
engorrosa deciden tomar la iniciativa. Tal es el caso de La Sociedad de Mujeres Geógrafas, creada en Washington en 1925 por cuatro amigas dedicadas al mundo de la geografía, la antropología o la exploración.
En un escenario cuya naturaleza está por encima del rostro femenino o masculino del viaje, cuesta creer la división reiterada de un fenómeno, el del viaje y su institucionalización, al que todavía le cuesta salir de la persistencia de la desigualdad de género en este camino de avances y retrocesos. ¿Hasta cuándo?
En un escenario cuya naturaleza está por encima del rostro femenino o masculino del viaje, cuesta creer la división reiterada de un fenómeno, el del viaje y su institucionalización, al que todavía le cuesta salir de la persistencia de la desigualdad de género en este camino de avances y retrocesos. ¿Hasta cuándo?