Dejando de lado el ejercicio de reducción y abreviación al que se deben las sinopsis y las pinceladas fútiles de sus autores, me aventuro en la cosmovisión aborigen de unas palabras que conectan con una geografía totémica.
Un laberinto de itinerario encantado surca las páginas de una obra heteróclita, de estructura anárquica. Tal vez por ello, me alejo de cualquier intento por captar su esencia a modo de resumen. Son tierras cobrizas que excitan la imaginación del viajero, desbordada por paisajes de horizontes infinitos. Rastros invisibles de mapas cantados.
Un laberinto de itinerario encantado surca las páginas de una obra heteróclita, de estructura anárquica. Tal vez por ello, me alejo de cualquier intento por captar su esencia a modo de resumen. Son tierras cobrizas que excitan la imaginación del viajero, desbordada por paisajes de horizontes infinitos. Rastros invisibles de mapas cantados.
Es entonces cuando, algo desconcertada por una lectura inaudita y extravagante, te encuentras atrapada por las misteriosas melodías que dibujan el camino a los arandas. Su complejidad elude toda posibilidad de descripción. Una acumulación interminable de detalles acompaña la lectura en un intento por captar el vínculo entre la canción y la tierra. Raíces de una maravillosa e intrincada composición, a veces mística, otras, fabulada.