28 de septiembre de 2012

La cultura del vino


Si al mundo vino y no toma vino entonces ¿a qué vino? Reza el refranero español. Si en el anterior post tentábamos al paladar, esta vez sucumbimos a este compañero de viaje que en el devenir histórico ha regado a tantas civilizaciones con su cultura.

Las voces acreditadas atribuyen su origen en Meosopotamia, punto de partida que posteriormente acabaría por extenderse por toda la Península Ibérica. Lejos de detenernos en las efemérides de su historia, en Kompaso nos hemos preguntado ¿cuál es el secreto de un buen vino, ese bendito caldo capaz de despertar todos los sentidos? 

Para averigüarlo, hemos viajado hasta la bodega de Vins Noe en Sant Cugat del Vallés.  Con una dilatada trayectoria en el mercado, junto a ellos nos hemos acercado a la cultura del vino, dispuestos a descubrir y a apreciar esas cualidades que lo han convertido en un lujo para el paladar. Cuatro regiones de Cataluña concentradas en cuatro botellas, representantes del Penedés, el Priorato, el Ampurdán y Costes del Segre, nos han acompañado en esta iniciación a la cata

"Catar, es probar con atención un producto cuya calidad queremos apreciar, es someterlo a nuestros sentidos, en particular al del gusto y el olfato; es tratar de conocerlo buscando sus diferentes defectos y sus diferentes cualidades, con el fin de expresarlos, es estudiar, analizar, describir, definir, juzgar, clasificar", aseguran los enólogos Riberay-Gayon y Paynaud. Es la percepción sensorial del vino, donde se despliega la habilidad sensitiva de cada uno. Una suerte de esquema que reproducimos a continuación con la firme intención de alentar a otros viajeros a que se inicien en esta delicada, y recomendable, experiencia.

La vista es el sentido que da el pistoletazo de salida. Junto a ella apreciamos la intensidad del color y sus tonalidades, pues en sus destellos podemos llegar a descifrar la edad, el cuerpo y el estado del vino. En esta primera observación se habla de 'corona' al inclinar ligeramente la copa, cuya gradación si es violácea, por ejemplo, nos advertirá de que se trata de un vino joven.
El olfato es el responsable de determinar los aromas. Un proceso donde las moléculas que se volatizan dependerán de la temperatura e incluso de la propia copa. Podemos oler la copa en reposo pero resulta recomendable agitarla, en una segunda ocasión, para despertar nuevos aromas. Aquí, la intensidad de la cata nos alcanza, sin que podamos evitarlo, con cierta vehemencia.
El gusto acapara todas las atenciones, pues es cuando se produce la explosión definita, haciendo trabajar a nuestro sorprendido paladar. La textura, la fluidez o la untuosidad entran en juego, al mismo tiempo que nuestras papilas gustativas trabajan a destajo en un intento por descifrar la complejidad de su gusto. Así, el sabor dulce se percibe en la punta de la lengua mientras que el ácido en los laterales.
La persistencia es la encargada de poner el broche final. Resultado de los pasos anteriores, es la suma del olor, del gusto y del tacto, la sensación que perdura en nuestra boca. Se trata de observar la evolución del vino en cuanto a sabores y aromas retronasales y, en general, a todas las sensaciones percibidas. Es el momento de hacer la valoración final pero, sobre todo, de disfrutar de la cata.

Fuente de las fotos: Google Image Search.

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