Los troncos se rompen a pedazos, crujen a un ritmo acompasado que se entrelaza con una voz diestra. Una resonancia de mensajes que, en nuestra primera noche de exploración, atendemos con estupor.
El escenario invita a sentir un empuje iniciático de nuestro viaje aún virgen. Luis Pancorbo (escritor, periodista y antropólogo), con su actitud instructora alude al optimismo de nuestros grupos expedicionarios. Sin optimismo, replica, no hay razón para emprender ninguna aventura. Sin éste, no es posible abrir nuestros ojos ni percibir. Conocer es la raíz de cualquier trayecto y no se llega a ello sin emprender el paso con un estímulo positivo y eufórico.
Aquí es cuando su compañero Javier Nart (abogado y escritor), incide en una cuestión importante: evitar caer en epopeyas o idealismos, algo a lo que, con el entusiasmo de esta primera noche, cualquier explorador se podría tropezar. Nart nos anima a prepararnos fuerte en nuestros campamentos base y a encontrar un pretexto para relatar el trayecto. Agarrarnos a éste desde la humildad y la curiosidad inocente del viajero. Según él, como visitantes nunca poseemos la verdad de un territorio. Existen realidades concretas, pero no una verdad única.
En este sentido, nos hace responsables de nuestro poder comunicativo a la hora de emprender el recorrido. Debemos integrar nuestra verdad, la que viviremos, junto con la que leemos y documentamos, bajo una herramienta imprescindible como es la honestidad. Es con ella que podremos acercarnos a las personas y convertirnos en ellas. Nart argumenta que debemos convertirnos en la gente, seguir sus costumbres para impregnarnos de sus múltiples realidades. Estar extraordinariamente abiertos, prosigue, es clave para saber escuchar a las personas adecuadas.
Sus voces nos llevan a reflexionar sobre los motivos de nuestra expedición. Hay muchos tipos de aventuras como tantos momentos en las que se emprenden. Pancorbo cita a Baudelaire para marcar su horror al domicilio al iniciar un viaje. Él mismo, confía más en el ir que en la razón. Nart, por su parte, confiesa hacerlo por el mero interés por la vida. Serrallonga, en el campamento por la mañana, nos empujará a buscar nuestro sueño como motor de viaje.
El fuego se mueve con ardor, como si sus sombras nos interrogaran sobre nuestros motivos individuales. ¿Viajamos por miedo a las raíces?, ¿Por simple acumulación?, ¿Por evitar consumir vidas? O, simplemente, ¿por el puro arte de viajar, de fusionarnos con las personas que nos encontramos?
Con respuesta o no, la magia de esta noche está servida. El rito finaliza con un consejo práctico para nuestros siguientes pasos. No os ciñáis a una línea estricta del viaje, propone Nart, acertad o equivocaros, pero haced el viaje. Lo importante, pues, no es solo quedarse en la teoría (en la faceta etimológica griega, como viaje largo), sino explorarlo a fondo.