30 de septiembre de 2012

Viajar vs. Arraigo


Foto: Internet
Son casi cuatro años los que han pasado desde que dejé Tijuana, mi casa, mis amigos, mi familia. Mientras el tiempo sigue su curso, la sensación y los efectos que nacen de manera personal, son tan variados como simples. Sentimientos tan profundos y superficial, tan encontrados como descubiertos.

Cuando estaba en mi frontera querida, escuchando a quienes cambiaban de residencia, me cuestioné muchas veces el porqué se iban si terminaban por extrañar ¿Para qué sufrir? ¿Qué necesidad? ¿ Qué les hacía moverse? Regresando por lo general en diciembre a su tierra como si se tratara de un viaje excepcional a su casa.  A las fiesta de navidad, de año nuevo. Del mes familiar.

Hoy pienso diferente. ¿Por qué no nos movemos más? ¿Por qué cuesta tanto alejarte? Es nuestra naturaleza ser nómadas, vivir en el mundo, ser de él y adueñarnos de todos los elementos naturales y sociales que nos da, nos regala, nos engloba. Pueden cambiar las preguntas pero no desaparecen. Sigo cuestionando las razones que te hacen moverte, las razones por las que te quedas. Por las que me fui. 

Como todo en la vida, disfrutas mucho tener movilidad pero también sufres, conoces gente pero te alejas de quienes ya conocías; te abre puertas pero dejas otras abiertas atrás;  viajar tiene efectos secundarios. Te vuelve solitario, te abre un mundo pero te pierdes de otro. Bien dicen por ahí que no hay felicidad completa. Mientras más viajas, más quieres seguir haciéndolo, es mi caso, pero a la vez, también te pierdes tratando de encontrarte.

Este año, mi hermana se gradúo de la preparatoria, cumplió 18 de edad, votó por primera vez y entró a su primer bar, como si no fuera suficiente, decidió su carreta y entró a la universidad. No estuve ahí. Viviendo un año transcendental en su vida que no volverá.

Han sido cuatro años de distancia, agarrándome de las uñas (redes sociales) para no irme, permanecer, estar. No ser olvidada de las invitaciones de boda, de los cumpleaños, de los aniversarios, de los baby showers, de las piñatas. Viajar.. también quita. Viajar, también duele, maldito arraigo.

Cuando cumplí 30 años, la pasé sentada en la arena de la Barceloneta, eran las seis de la tarde y el sol parecía de las dos. Poco a poco iba desapareciendo y con él, mis sensaciones de salir de los veintes, de entrar a los treinta, de estar sola en Barcelona, en otro continente, en otro país y si bien, no lo entendía del todo... estaba lejos. Muchos podrán decir y compartir, lo que yo me dije a mi misma: Estás donde querías estar, en un momento que no lo imaginaste. Pero sintiendo emociones contradictorias, contrastantes.

Cuestiono el arraigo, el vivir en una familia ya no precisamente tradicional, sino en un concepto familiar que nace y se mantiene de la unión, de la cercanía, la presencia física como forma de interés y preocupación, apoyo y compañía. La familia como institución que te permite sentirte apoyado y necesitado. Me cuestiono el nivel de arraigo de las familias, ya no mexicanas… de las familias y lo que esto conlleva en el crecimiento personal, en la independencia.

No saldré en las fotos de varias bodas, ni que decir cumpleaños, nacimientos, hasta el celebrar algún divorcio, en fin… momentos. En este tiempo, por otra parte, conocí Catania, Marruecos, Barcelona, Andalucía, Distrito Federal, Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Aguascalientes... en fin, me he paseado y reflexionado a tal grado que aclaras dudas pero, que como conejos, se multiplican por otras.

¿Si tuviera hijos les enseñaría a ser desarraigados? ¿Cómo sería si fuera más desarraigada? ¿Qué me movería si no pensara en regresar a Tijuana? ¿A qué regresas cuándo te vas? 


@ArleneBayliss

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