2 de noviembre de 2012

Comunicación y Patrimonio Histórico


Por unas horas, el equipo Kompaso ha dejado las aulas del máster en Periodismo de Viajes y se ha trasladado hasta el Museo Egipcio de Barcelona, de la mano de Jordi Molina, arqueólogo de campo en 21 excavaciones preventivas bajo la supervisión del Servei d'Arqueologia de la Generalitat de Catalunya.

Hasta allí nos hemos desplazado con el objeto de evaluar y analizar el discurso sobre patrimonio histórico que las instituciones de la memoria, los museos, promueven en sus programas expositivos.

En estos espacios de presentación del patrimonio, de aprendizaje informal, retomamos la reflexión inferida que ya expusimos en entradas como La memoria convertida en relato y Fronteras, entre el turismo y la gestión cultural. La ocasión lo requiere. En ellas planteábamos la cuestión del nuevo diálogo que se ha impuesto frente a una larga trayectoria donde las acciones han devenido en una fosilización del contenido.

Y es que, de nuevo, entran en juego las contradicciones y sinergias que conlleva el contacto entre dos espacios de la realidad social con principios, valores y cultura muy distintos: el turismo y la arqueología, este último padrino de grandes civilizaciones como el Egipto faraónico o la Grecia clásica. 

A la izquierda, estatua del dios Bes en piedra caliza (304-30 a.C.). Fuente: Google.
En un intento por diluir las fronteras actuales que lo distancian de una adecuada gestión, cada vez más y desde el turismo cultural, se promueve el turismo arqueológico y la puesta en marcha de instalaciones específicas que trabajan para lograr una mejor compresión de los restos arqueológicos por parte de los turistas y viajeros. 

Como visitantes y receptores de esta experiencia, la cuestión pertinente estriba en la compleja interpretación que acostumbra a acompañar las explicaciones de la guía. Un somero recorrido por 6.000 años de civilización egipcia, en apenas hora y media, y a través de una colección de arte egipcio que alcanza las 1.000 piezas. Y entre tanto, los esfuerzos, a menudo marquetinianos y fruto de la anécdota, por conseguir que no decaiga el interés y la atención de la audiencia, en los 2.000 metros cuadrados de espacio museístico.

La pregunta que nos asalta in situ es inevitable: ¿Cómo medir el conocimiento de tu público y ofrecer una explicación instructiva y satisfactoria que permita lograr un diálogo fluido y conveniente?

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