12 de abril de 2012

La duda del escritor

En “Nosotros y los otros”, Tzvetan Todorov define a Chateaubriand como a alguien indiferente al mundo, un personaje que no se interesa más que por sí mismo. A este punto del texto, mi atención se siente invadida por un fuerte componente de culpabilidad. ¿Será que el escritor francés sólo utiliza la primera persona en sus relatos? ¿Tal vez sus textos afloran una honda necesidad de pasar las descripciones a flor de su propia piel? Recuerdo el consejo de Javier Nart en nuestra primera semana de viaje. Hablaba de no darle a nuestros escritos ningún aire de epopeya, ya que lo que le interesa al lector es lo que está pasando, el hecho en verdad pura. ¿Epopeya es hablar desde el yo?

Chateaubriand habla eternamente sobre él. Sin aires de proeza, debo confesar mi debilidad por descifrar los viajes desde mi yo interno y externo. Las descripciones con tan poca clemencia que Todorov realiza sobre el escritor ponen en duda mi mano sensible. Las vivo como una imputación hacia el estilo íntimo. Y, al darle vueltas, me pierdo en las excusas. ¿Acaso es un delito describir desde dentro? Me sugiere una pérdida de interés hacia la gramática expresada desde un yo emotivo.

No hay duda de que basarse siempre en el “yo” es arriesgado. La amenaza de la lectura desganada puede acallar la voz de forma perenne y la falta de un código astuto puede rasgar las patas de un flaco narrador. Pero aún así, mi humilde “yo” no sabe enmudecer. Él es mi compañero de viaje, el apuntador de experiencias. Camina siempre tres metros por delante con unos  prismáticos de óptica dócil.

Sin conocer el futuro de este indulgente acompañante, prosigo un camino largo entre autores y palabras. En su libro, Todorov contempla los esfuerzos de Chateaubriand para construir descripciones que se conviertan en un “espectáculo puramente visual”. Yo, ignorante de su literatura, contemplo el valle forastero que reclama lanzarse al vacío.

Foto: www.gettyimages.com

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