7 de septiembre de 2012

Retrato de un observador de trenes

Su boca es lo primero que se ve. Se abre buscando complicidad. Giusto? Me quedo en silencio, atenta a una forma humana que juega  a transformarse. El labio superior asciende medio centímetro, el labio inferior le acompaña. Ambos se juntan hasta encontrar un punto de comodidad en el que flotar unos segundos. El dibujo se deshace de golpe. Él repite. Giusto?

Son las tres del mediodía. El sol arranca la voz de cualquier foráneo. Salta a través de las esquinas, inundando el compás de un pueblo pasivo. La presencia en la estación es hueca. La habitación donde me recoge, apática. Cada exhalación se expande por los poros de una espalda húmeda. Algunas de sus frases se construyen sin artículos. Unos cuantos verbos sueltos acompañados de los adverbios justos. Pocas descripciones. Evita aplicar un esfuerzo a una voz acalorada. Un acto de practicidad de un observador entrenado.

Árbitro de trenes heredados de su bisabuelo, está feliz de ser el exponente de un linaje masculino. Su mueca le reafirma en este espacio árido, compañera de esperas reiterativas. Enciende un cigarrillo. Con él, absorbe la poca vida que queda en el lugar. La sorbe con fuerza. El cigarro se incorpora a esta sincronía coreográfica. Al principio, un poco torpe. Después, encaja con precisión. Encuentra su estilo.

Fuente: Carmina Balaguer. Estación de la Circumetnea de Bronte, Catania.
Detrás de él, un par de retratos. Los dos, Madonnas con velos diferentes. Una, se la han mandado por correo. La otra, no se acuerda. El resto de la sala, sencillo e insípido. Cuatro papeles plegados y un gran radio cassette de color negro por el que emerge una canción dance a volumen alto. Ésta, se pelea con la infección silenciosa de las vías.

Se sienta en medio de su mesa, las piernas ampliamente separadas. El cinturón, apretado, retiene los horarios de una jornada prolongada. El pie, mantiene un ritmo sincopado con el resto de su boca. Las puertas de la sala, abiertas. Por ellas, traspasa el olor de unas vías desgastadas, más por su falta de roce que por una actividad, hoy casi inexistente.

Le gusta recordar. Combina cada mueca con una imagen de infancia. Pregunta. Aprendo a responder. Le cuesta desfijar su mirada, siempre recta hacia delante, advertida a controlar un terreno casi muerto. Gira su cabeza cuando se despista, deformando aún más unos labios ahora descubiertos.

Su nombre es Salvatore Pace, una marca predestinada a trabajar desde el silencio. Giusto?, repite. Sus labios siguen ascendiendo medio centímetro, acostumbrados a dejar pasar el tiempo. Un acto de supervivencia. Un pacto con la vida.

Twitter RSS Facebook Contacta