25 de junio de 2012

La belleza de lo intangible

Decía el ilustre poeta francés, Baudelaire, que "la belleza más perfecta es la que no se puede poseer ni comprar pero se disfruta en el recuerdo".

En estos días de letras viajeras, me detengo a degustar, a deleitarme con las sensaciones y las emociones que desprende ese extracto concentrado, esa esencia que descubrimos en la solidez del recuerdo que proporciona el viaje reposado. Un enriquecedor legado cuyo profundo y adictivo magnetismo convierte al cajón de la memoria de cada viaje, en un lugar frecuentado donde sumergirnos en la dimensión inaprensible del mismo: la memoria del contacto con el patrimonio cultural y humano.

Una herencia intransferible que apreciamos con cierto deje melancólico desde el mirador donde contemplamos lo vivido. Un observador privilegiado que trasciende monumentos y objetos coleccionables para dejar paso al universo del patrimonio cultural inmaterial, garantía, además, que permite preservar la diversidad cultural. Y es que el patrimonio inmaterial se presenta como una fuente vital en la construcción y diferenciación de la identidad de cada pueblo. Fundamentos de la vida comunitaria que exploramos campo a través en el modo de pensamiento transmitido por las tradiciones orales, las lenguas y las diversas manifestaciones culturales que lo conforman.

Ilustración de la diversidad cultural. Fuente: Google.
Difundir la importancia de su conciencia deviene en un respaldo vital que permite conservar y conocer el esplendor de este fabuloso rompecabezas que presenta la heterogeneidad de las culturas. Una variedad cuya fortaleza dependerá, en gran medida, de la convivencia e interacción. Dos herramientas que se posicionan en el primer plano de unas sociedades cada vez más plurales, dinámicas y abiertas. Hacer caso omiso a esta realidad indisoluble de nuestra vida cotidiana supone desaprovechar una saludable oportunidad para combatir los estereotipos, los prejuicios y las ideas reduccionistas que acostumbran a acompañar a este tipo de escenarios. Y es que debemos aprender a observar los matices de este gran activo de la humanidad que, precisamente, permite enriquecernos gracias a lo que nos diferencia.

Recupero, en este punto, la atinada cita del filósofo Marcel Proust cuando afirma que “el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes sino en adquirir nuevos ojos”. Basta con dar un vistazo a la Historia para darnos cuenta que la diversidad cultural tampoco es un fenómeno nuevo pues civilizaciones como los Imperios Maya y Azteca, Mesopotamia, Grecia o Roma, nunca fueron sociedades estáticas ni homogéneas, sino que demostraron una ejemplar capacidad para acrisolar aportaciones culturales de procedencia diversa.

Así que, viajemos, sí. Pero viajemos con la sensibilidad puesta en bandeja, cuya impronta no exceda los márgenes de la conservación y transmisión del patrimonio intangible. Una comprometida tarea, la de cultivar la amplitud de miras en un mosaico cultural, cuyo satisfactorio beneficio contribuirá a la construcción de la memoria colectiva e identidad de las personas. 

Twitter RSS Facebook Contacta