13 de marzo de 2012

Antropología y Cultura a debate


A menudo, se habla del placer de viajar y de conocer otras culturas. Un motor que ha impulsado e impulsa a muchas personas a la hora de desplazarse. Como en los paisajes exóticos de Henri Rousseau, sus seres alcanzan la dignidad de objetos, donde cada cultura ofrece una significación particular. Conocer otros pueblos, otros rostros, dicen, amplía horizontes o incluso, como decía Séneca, ‘imparte un nuevo vigor a la mente’. El viaje, por tanto, aparece como el vehículo que nos permite entrar en contacto con distintas culturas. La posibilidad de conocer gente nueva constituye, en este sentido, uno de los principales y sugerentes atractivos.

Entorno a este concepto de uso extendido, ‘cultura’, organizamos nuestro campamento. Un encuentro presidido por la antropóloga Nadja Monnet y otros colegas de profesión como Josep Martí, autor del artículo que nos ocupa ‘¿Antropólogos sin cultura?’. A través de este particular debate, viajaremos con este término cuyo empleo ha suscitado tanta reflexión. Y no es para menos. Nos encontramos ante un término que goza de un gran éxito popular. Una popularización con la que no todo el mundo está de acuerdo. Y es que la cultura es un vocablo abierto y voluble, sujeto a múltiples formas de comprensión, que varía constantemente de significado y de connotación. Esta impresión de polisemanticidad ha sido objeto de controversia entre antropólogos y sociólogos, quienes denuncian los malos usos que se hace de la palabra y que conducen a una trivialización o incluso a una politización de ella. En este sentido, las posturas más radicales proponen su abandono sin renunciar empero a las ideas conceptuales que implica.

Algo sorprendidos, reflexionamos sobre un tema que hasta ahora apenas habíamos contemplado cuando nos referíamos a cultura. Una pieza clave del viaje, sin duda. Entonces, ¿qué entendemos por ‘cultura’? Definiciones generales aparte, los teóricos diferencian entre su uso en singular, aquella que el individuo adquiere a través de procesos sociales; y su versión en plural, entendida como unidades discretas y coherentes, como formas de vida específicas de un colectivo en un periodo histórico, defiende Reckwitz. El problema, sostiene Abu-Lughod, reside en esta generalización que exagera los rasgos diferenciales en relación al otro, e ignora las experiencias individuales en el seno de la comunidad.

Pero vayamos un poco más allá de su interpretación. A esta confusión de su significado múltiple se le añade una maraña de equivalencias equivocadas que nos lleva a hablar de sociedad, de identidad cultural y de su utilización en sentido etnocrático. Dichas equiparaciones, comentan, proceden del hecho que una de las características de la cultura es que ésta es compartida. Esto es, el conjunto de elementos culturales que comparten los miembros de una sociedad. Sin embargo, y aquí radica la cuestión, dentro de una colectividad, compartir una cultura no quiere decir tener que hacer un uso de los mismos rasgos culturales, sino compartir unas competencias culturales que serán activadas o no según los roles diferentes de cada persona en particular, afirma Josep Martí.

El equipo de Kompaso permanece atento y pensativo ante semejantes aspectos relativos a la manera de cómo se entiende cultura. Unos temas que son, precisamente, los que hacen dudar a los entendidos sobre la conveniencia de conservar el concepto al menos, dicen, en lo que se refiere al sentido anteriormente comentado. Lejos de contemplar su renuncia, nuestros invitados al campamento base sugieren y nos invitan a una necesaria reformulación. La crítica, pues, está servida.

                             Foto: Google



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