20 de abril de 2012

Manual para potenciales escritores de viajes, por Fabio Tropea

¿Quién es Fabio Tropea? Se preguntarán. Si atendemos a funciones, nos encontramos ante un palmarés de entrada interesante: experto en semiótica, analista de los lenguajes de la comunicación de masas y profesor universitario. Si, por el contrario, hacemos caso a ese acontecimiento que se vive y del que se aprende algo, descubrimos una oratoria presta a generar discursos que, como mínimo, invitan a la reflexión.

Dispuestos a no perder detalle, viajamos esta vez hacia un territorio tan vasto como complejo: la comunicación. Con la destreza de quien sabe lo que dice, Fabio nos muestra un panorama, una suerte de manual de instrucciones para viajeros avezados. Atentos, nos preparamos para un singular recorrido que, hábilmente, nos conducirá desde la cotidianeidad de lo conocido, a un contenido que, a medida que avance el viaje, alcanzaremos lleno de coherencia en su significación.

Foto: Google

Con la intriga de quien husmea en un desván ajeno, nos movemos por el fenómeno de la comunicación, un proceso de creación constante que, indefectiblemente, determinará una estrategia. Pues como dice Tropea "la comunicación no es sólo un acto voluntario, ordenado ni unidireccional", sino que intervienen, reconocemos, otros elementos como el contexto, lo implícito o los propios sentidos.

Llegamos, por tanto, a nuestra primera parada: "La comunicación es un problema de interpretación y no sólo de conocer los códigos", señala. Y no le falta razón. Y, sino, pensemos cuántas veces, en alguno de nuestros viajes, nos hemos visto involucrados en una experiencia de este tipo. Y hablando de comunicar, de viajar, nos topamos con una segunda afirmación que nos dirigirá aún más lejos: "Comunicar es conocer el sentido. Mucho más importante que comunicar es atribuirle sentido a las cosas", expresará. El sentido aparece entonces como la parte sumergida de la comunicación.

Nos detenemos. pues en ese acto de atribuirle sentido a la actividad humana, hallamos un fenómeno que capta nuestra atención: la narratividad. Seguimos destapando los tejidos que, bajo su manto, aguardan conceptos y nos damos cuenta que la efectividad de la comunicación se mide en términos narrativos. En efecto, afirma Tropea, una buena comunicación es una buena historia.

Apretados los cinturones nos trasladamos hasta la Grecia clásica y la retórica de Aristóteles. Tiempos ya idos que, sin embargo, perduran con la voluntad de mostrarnos la composición del discurso. Nuestra ruta se convierte aquí en un paseo que camina por un prólogo que los griegos llaman exordium, responsable de elevar el tono emocional y darle el relevo a la narración, momento donde contaremos los hechos y las descripciones. Manteniendo la intensidad emocional entraremos en la argumentación, en el núcleo y parte compleja de la historia que actuará de preludio al epílogo, donde tendremos que hacer uso del arte de la despedida.

Tras este trayecto helénico, nos marchamos no sin antes recordar aspectos que deberemos contemplar en nuestras historias viajeras, pues sin la inventio o el arte de encontrar qué decir; de expresarlo eficazmente a través de la elocutio; de ordenar nuestro texto de forma eficiente o dispositio; sin un actio que se ocupe de la puesta en escena de nuestro discurso y, finalmente, de una memoria o mnemé, estaremos lejos de lograr nuestro objetivo: contar relatos de viajes. ¡Buen intento y buena suerte!

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