Viajar, viajar y viajar. ¿A cualquier destino? ¿A cualquier precio? Paisajes que mudan de apariencia en cuanto viene el fin de semana. Raudo y veloz, el viaje transcurre sin que apenas nos demos cuenta. Una colección de lugares que atienden a una imaginación desbocada, escenario de planes imposibles. O no. El acumulo de maravillas, breves pero intensas, produce una borrachera de sensaciones que termina por anestesiar nuestra capacidad de asombro.
Horizontes recortados por la silueta del tiempo que sin orden aparente serpentean en nuestra memoria, huérfanos de contenido. En este escenario de frenesí, la intensidad se convierte en la unidad de medida a la hora de enfrentarse al viaje aún a riesgo de sufrir un empache en el que poco o nada se saborea. Las prisas envuelven al destino elegido y junto a este, a nosotros mismos.
Viñeta del humorista gráfico Forges. Foto: Google. |
En una sociedad en continua aceleración, el 'fast travel' se impone como tendencia generalizada y tentadora. Y es que el turismo, con sus bondades y sus miserias, va marcando un antes y un después. Frente a la cadencia pausada del viaje de antaño, hoy consumimos éste a modo de escapada, un espacio corto de tiempo en el que aprovechamos para hacer algo. O mejor dicho, explotamos cualquier rincón de nuestro reloj para atiborrarnos de experiencias sin dejar sitio a la calma o a la placidez que entraña el propio viaje. La apacibilidad se ve sustituida por una cierta ansiedad ante una lista interminable de cosas que ver y hacer, a sabiendas de que no llegaremos ni a la mitad, pero eso sí, agotados.
Una bandeja de irresistibles precios se 'contonea' entre nosotros continuamente. Cada día, el bombardeo de ofertas acorrala al potencial viajero en una suerte de cerco, un canto de sirenas que resulta difícil rechazar. En este circuito de pasos apresurados, la elección del destino viene predeterminada por su coste, es el precio quien decide por nosotros. Arrastrados por la corriente de unos importes indefectiblemente sugestivos, viajamos a las faldas de lo desconocido con las respuestas, sin apenas dejar hueco a la improvisación. Y frente a este fenómeno uno se siente como en una estación, siempre pasajero. Las huellas se diluyen con la misma rapidez y celeridad dejando paso a la siguiente ocasión. Una ocasión que espera su turno ya impaciente.
En tiempo de low cost, decíamos, los viajes experimentan un proceso de horizontalización, extendiendo sus tentáculos hasta los confines, y democratizando un tipo de experiencia que ya no es privilegio exclusivo de una minoría adinerada sino que se convierte en un bien al servicio y al alcance de todos nosotros. Hacer un buen uso y responsable de ello dependerá en gran medida de nuestra destreza a la hora de saber jugar a este tipo de malabares. Tal vez vaya siendo hora de reflexionar sobre sus virtudes y sus inconvenientes. Quizá haya llegado el momento de invertir el concepto de 'consumidor barato' por el de 'consumidor inteligente', fruto de un público cada vez más experto y exigente. Un cambio de actitud que repercutirá, en gran medida, en el resultado de nuestra escapada.