18 de junio de 2012

La narración del viaje

Viajar para luego contarlo es la mejor receta que he encontrado para disfrutar de esta profesión, el periodismo. Una condición por la que hace ocho años entré a estudiar esta carrera. 

Escribir sobre viajes se convertía así en un anhelo que ocupaba y ocupa una posición indefectible en el horizonte de la ambición. Un proyecto donde evocar, reflexionar e interpretar lo acontecido y que posibilita que nuestra experiencia no quede circunscripta a los muros del recuerdo, entrelazando los fragmentos que componen el singular mosaico perceptivo del viaje.

Asomada desde el balcón de mi memoria, rememoro cada revista o libro de viajes que me han acompañado durante todo este tiempo, extendiendo una ya dilatada colección que conservo con el cuidado de quien guarda un bien preciado. Un enriquecedor archivo de experiencias periodístico-literarias acumuladas, con la gratificante recompensa que imprime la facultad de compartir vivencias. Un tiempo dedicado a la entera preparación y gestación de una voluntad personal y profesional: la narración del viaje.

Ilustración de Fernando Vicente.
Ahora sí, llegó el momento tantas veces deseado, tantas veces imaginado y proyectado. Desde la condición de observadora que ofrecen los márgenes del recuerdo, trato de narrar lo propio, lo vivido. Trato de 'soltar la mano' y plasmar esas historias que no son más que una versión de ellas mismas, en las que nos convertimos en los personajes de esta obra. Y es que, 'cuando alguien realiza un viaje, puede contar algo', reza el dicho popular. Una narración que describe y relata, pero que adquiere una mayor riqueza cuando explicamos y meditamos sobre ella.  

La capacidad, sobre todo, de hacer de las experiencias un dominio compartible, desde la construcción de una voz enunciativa a la que tratamos de acicalar con altas cuotas de autenticidad. Con el objetivo, en definitiva, de entretener, de conmover y sobre todo, de horadar el alma del público viajero.

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