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10 de abril de 2012

Reconociendo el otro

El conocimiento del “otro” es algo que la Antropología no tuvo en cuenta hasta el siglo  XVI, cuando a la Tierra se le dio el reconocimiento de forma esférica y se clasificó el descubrimiento de los pueblos del Nuevo Mundo. Con la primera vuelta al mundo se completa, pues, la esfericidad del planeta y la existencia de la diversidad.

Tal y como Jon Bestard y Jesús Contreras redactan en “Bárbaros, paganos, salvajes y primitivos. Una introducción a la Antropología, desde “el otro”, el europeo se descubrió a sí mismo, aplicando la metáfora del espejo. Sin embargo, la finura con que Jordi Grau nos sitúa en los referentes de la comparación, nos obliga a reflexionar en cómo el “nosotros” es capaz de conocer “al otro” si a menudo no se conoce ni a sí mismo.  

A Kompaso le preocupa la posición del viajero hacia “el otro”, y es por eso que recurrimos a diversas lecturas para comprender su conducta más antigua, la del colono. No hay duda que la dificultad para emplear el lugar del “otro” es lo que ha conllevado a generar diferencias entre culturas. El no saber colocarse, la incomprensión y la distancia.
 
Foto: Google
Bestard y Contreras mencionan el rol de la antropología en este punto, la cual nos permitirá “recorrer este alejamiento existente entre el yo y el prójimo, comprenderlo, colocarse en su lugar y respetarlo”. Afinan con una cita de Monod, en el que éste asegura que “el conocimiento del otro sólo es posible haciendo un viaje (primeramente a través de hábitos mentales) para, a posteriori, realizar la experiencia del descubrimiento”. Para el naturalista y explorador francés, la disciplina antropológica no es más que “una reflexión apasionada y respetuosa sobre el otro”. Según el libro, pues, “si no hay reconocimiento del otro, no hay antropología”.

Lévi-Strauss, a su vez, en “Nosotros y los otros” de Tzvetan Todorov, extiende la teoría del espejo (en la que en “el otro” sentimos el reflejo de “nosotros” mismos), y declara que para llegar a aceptarse en “los otros”, primero es preciso rechazarse a sí mismo, “incluso es preciso admitir que yo es otro, antes de poder descubrir que el otro es un yo”. El distanciamiento, pues, es adecuado en el desapego hacia uno mismo, y errado respecto a los otros.

Zvetan Todorov. Foto: Google.

Bestard y Contreras ya apuntan que el reconocimiento del otro no es una tarea fácil. Reclama recorrer una distancia, hacer un viaje, para abandonar nuestros juicios y complejos que pesan “como equipaje inútil”. Si regresamos “con el recuerdo de haber comprendido la coherencia interna de una cultura”, lo habremos logrado.
 
Leo-Strauss, a través de las líneas de Todorov, lo reafirma con su concepto de “interpretación”. Para el filósofo, la cultura debe comprenderse primero como ella se ha comprendido a sí misma. Según Todorov, el conocimiento de los otros es un movimiento de ida y vuelta, un viaje en sí mismo en el que nosotros ya hemos arrancado. Al compás de estas olas, empezamos a desvestir el “nosotros” para adentrarnos en “el otro”.

19 de marzo de 2012

'Tristes Trópicos', segunda parte

A las puertas ya de un contenido sin dimensión temporal, Lévi-Strauss abraza la memoria de un hechos que sucedieron hace más de una década. En los festines del pasado, camina como si fuera hoy, desmantelando con soltura cada recuerdo, cada vivencia, demostrando una capacidad retentiva excepcional a prueba de decenios. La experiencia colonial aparece aquí como una cuestión diferencial a las demás etnografías contemporáneas, señalan las voces autorizadas. Si bien, la atmósfera de ‘Tristes Trópicos’ desprende un tono nostálgico que recorre toda la obra.

En esta narración retrospectiva el asombro tiene lugar desde el primer momento. No en vano, este antropólogo y filósofo de origen belga se aventura con un comienzo de lo más provocador y que aquí reflexionamos en ‘El fin de los viajes’. Sorprende la energía de unas palabras que sentencian la opinión del autor acerca del viaje y de los exploradores. Dice así: “Odio los viajes y los exploradores. Y he aquí que me dispongo a relatar mis experiencias”. Un proyecto que tardaría en ver la luz ya que “una especie de vergüenza y aversión” se lo impedía.

El autor en una de sus expediciones. Foto: Google 

Sobre esta declaración, esta figura intelectual de primera línea sienta los cimientos de una compleja estructura cuyos pilares nos harán recapacitar hasta derrumbar cualquier referente, cualquier juicio preconcebido acerca de los viajes, los viajeros, los relatos y la profesión del etnógrafo así como el propio exotismo de los trópicos. La añoranza de otro tiempo donde sí acontecían los “verdaderos viajes”, le lleva a afirmar que el viaje se ha convertido en un “espectáculo malgastado, contaminado y maldito”. A razón de unos relatos plagados de “detalles insípidos y acontecimientos insignificantes” que por contra, encuentran una aceptación considerable entre el gran público. En este panorama que ha perdido su esplendor, Lévi-Strauss navega cautivo de una alternativa que extiende sus extremos entre el “antiguo viajero, “enfrentado a un prodigioso espectáculo del que nada o casi nada aprehendería […]; y el “viajero moderno, que corre tras los vestigios de una realidad desaparecida”.

Lejos de decantarse por alguna de estas etiquetas, contempla su “existencia errante” desde la profesión del etnógrafo, prescindiendo de la aventura naturalmente asociada y que para él no es más que “una carga”, rehuyendo de esa exploración definida como “una reflexión cogida al vuelo”. El lector pronto se dará cuenta de su capacidad de creación teórica en este primer trabajo, próximo a la autobiografía, donde la etnografía “le procura una satisfacción intelectual: en tanto historia que une por sus extremos la historia del mundo y la propia […] tranquiliza ese apetito inquieto, augurando a su reflexión una materia prácticamente inagotable […]”.

Foto: Google. 

E inagotable prosigue este genial observador del ser humano en una prosa barroca con gusto por la descripción, capaz de sumergirnos en una vasta experiencia que atraviesa su convivencia con poblaciones indígenas brasileñas como los bororo, los caduveo, los nambiquara, etc. Sin abandonar aspectos que circulan por el carril de la crítica hacia la civilización occidental que arrasa las culturas del Nuevo Mundo (Amércia) y Asia, Lévi-Strauss nos conduce de nuevo a la pregunta que pone en cuestión lo establecido. Una aventura que empezó con entusiasmo y que sin embargo, ahora experimenta una sensación de vacío, “diluida en el aburrimiento […] de unas sociedades que hoy sólo son cuerpos débiles y formas mutiladas”.

Recompensa y castigo aparecen al unísono en un trabajo de campo convertido en una investigación “agotadora” donde afloran continuamente interrogantes que ponen en entredicho la voluntad inicial. “¿Qué he venido a hacer aquí?, ¿Qué espero?, ¿Con qué fin?, ¿Qué es exactamente una investigación etnográfica? […] ¿Quién o qué me había empujado a torcer violentamente el curso normal de mi vida”, se pregunta el padre de la antropología moderna mientras lanza al vuelo posibles respuestas a estos problemas que le atormentaban provocados por el “desarraigo al que se ve sometido el ánimo del viajero durante un período prolongado en condiciones anormales de existencia”.

Sometido a la dualidad que exige el papel del etnógrafo, “entre crítico a domicilio y conformista afuera”, Lévi Strauss elige a los otros y “sufre las consecuencias de dicha opción”, expuesto a la desintegración, a la destrucción que comporta todo esfuerzo por comprender “el objeto al cual nos hemos aferrado”. Desbancados de nuestras posiciones, asistimos a un renacer que, ahora sí, tiene un nuevo rostro: ‘Tristes Trópicos’. Una miscelánea inclasificable que proporciona un estado de ánimo especial que no querremos abandonar.

12 de marzo de 2012

'Tristes Trópicos', en dos entregas

Entre líneas reza el encabezado de esta sección. Una expresión al uso que sin embargo, deviene imprescindible a la hora de emprender una tarea como es la lectura de ‘Tristes Trópicos’, de Lévi-Strauss, un clásico de la literatura étnica y antropológica.

A tientas y con el respeto que se merece una de las obras más importantes del s.XX, una servidora pasa página con la complejidad que comprende enfrentarse a un libro de difícil clasificación: los viajes, la etnografía, la filosofía y la moral entretejen con reconocida maestría el esqueleto de un texto que a pesar de tener más de medio siglo de vida, continúa vivo. Las narraciones discurren paralelas y entrelazadas en un viaje singular e iniciático. Entenderlas abre una nueva perspectiva mientras la mirada del autor dibuja caminos que vienen y van acompasando con gran destreza las crónicas coloniales y el ‘trágico presente’ en el que se encuentra.

Foto: Google

Zambullirse en su lectura es lanzarse no sólo al descubrimiento de su primer trabajo de campo etnográfico entre 1935-1939, dirigiendo exploraciones periódicas en el Mato Grosso y la selva tropical amazónica de Brasil, sino más que eso, supone una inmersión profunda donde se interroga sobre cuestiones más trascendentales sobre la civilización. Aspecto que puede entrañar un cierto riesgo de incomprensión y asombro, y como tal, sugiere la pausa como rincón dedicada al pensamiento y a la introspección. Un ejercicio que se mide desde otra concepción del tiempo, solo así conseguiremos acercarnos a las entrañas de semejante conocimiento.

A diferencia de otros ejemplares, avanzar en cada línea, en cada palabra, implica retroceder en el conocimiento que uno cree haber aprendido. Un método atípico y efectivo que nos lleva a tener la impresión de no estar a la altura. La constancia y la atención del lector actúan como herramientas necesarias si queremos sacarle el provecho que merita ‘Tristes Trópicos’. Unas líneas que trazan el genio y el talento del maestro de la antropología estructural Lévi-Strauss. La inmensidad desde la cual se concibe la obra, complica en gran medida la síntesis de estas palabras y extiende el relato ocupando el espacio que merecen los más avezados. Unas pinceladas, las de este primer texto, que se presentan en una suerte de calentamiento, requisito conveniente para lo que vendrá después. 

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