El conocimiento del “otro” es algo que la Antropología no tuvo en cuenta hasta el siglo XVI, cuando a la Tierra se le dio el reconocimiento de forma esférica y se clasificó el descubrimiento de los pueblos del Nuevo Mundo. Con la primera vuelta al mundo se completa, pues, la esfericidad del planeta y la existencia de la diversidad.
Tal y como Jon Bestard y Jesús Contreras redactan en “Bárbaros, paganos, salvajes y primitivos. Una introducción a
A Kompaso le preocupa la posición del viajero hacia “el otro”, y es por eso que recurrimos a diversas lecturas para comprender su conducta más antigua, la del colono. No hay duda que la dificultad para emplear el lugar del “otro” es lo que ha conllevado a generar diferencias entre culturas. El no saber colocarse, la incomprensión y la distancia.
Bestard y Contreras mencionan el rol de la antropología en este punto, la cual nos permitirá “recorrer este alejamiento existente entre el yo y el prójimo, comprenderlo, colocarse en su lugar y respetarlo”. Afinan con una cita de Monod, en el que éste asegura que “el conocimiento del otro sólo es posible haciendo un viaje (primeramente a través de hábitos mentales) para, a posteriori, realizar la experiencia del descubrimiento”. Para el naturalista y explorador francés, la disciplina antropológica no es más que “una reflexión apasionada y respetuosa sobre el otro”. Según el libro, pues, “si no hay reconocimiento del otro, no hay antropología”.
Lévi-Strauss, a su vez, en “Nosotros y los otros” de Tzvetan Todorov, extiende la teoría del espejo (en la que en “el otro” sentimos el reflejo de “nosotros” mismos), y declara que para llegar a aceptarse en “los otros”, primero es preciso rechazarse a sí mismo, “incluso es preciso admitir que yo es otro, antes de poder descubrir que el otro es un yo”. El distanciamiento, pues, es adecuado en el desapego hacia uno mismo, y errado respecto a los otros.
Lévi-Strauss, a su vez, en “Nosotros y los otros” de Tzvetan Todorov, extiende la teoría del espejo (en la que en “el otro” sentimos el reflejo de “nosotros” mismos), y declara que para llegar a aceptarse en “los otros”, primero es preciso rechazarse a sí mismo, “incluso es preciso admitir que yo es otro, antes de poder descubrir que el otro es un yo”. El distanciamiento, pues, es adecuado en el desapego hacia uno mismo, y errado respecto a los otros.
Zvetan Todorov. Foto: Google.
Bestard y Contreras ya apuntan que el reconocimiento del otro no es una tarea fácil. Reclama recorrer una distancia, hacer un viaje, para abandonar nuestros juicios y complejos que pesan “como equipaje inútil”. Si regresamos “con el recuerdo de haber comprendido la coherencia interna de una cultura”, lo habremos logrado.
Bestard y Contreras ya apuntan que el reconocimiento del otro no es una tarea fácil. Reclama recorrer una distancia, hacer un viaje, para abandonar nuestros juicios y complejos que pesan “como equipaje inútil”. Si regresamos “con el recuerdo de haber comprendido la coherencia interna de una cultura”, lo habremos logrado.
Leo-Strauss, a través de las líneas de Todorov, lo reafirma con su concepto de “interpretación”. Para el filósofo, la cultura debe comprenderse primero como ella se ha comprendido a sí misma. Según Todorov, el conocimiento de los otros es un movimiento de ida y vuelta, un viaje en sí mismo en el que nosotros ya hemos arrancado. Al compás de estas olas, empezamos a desvestir el “nosotros” para adentrarnos en “el otro”.